¿Qué ocurre cuando la lógica —a veces ilógica— que nos mueve se invierte? A esta peculiar quiebra de la cotidianidad se enfrentan los personajes de La calle de la Berenjena y otras historias sin gluten, perdidos en un mundo que creen conocer, pero en el que, realmente, nada es lo que parece. Que se lo digan a los cazadores cazados de “Un adiós por WhatsApp” y “La buena acción del día”; o a los maniáticos de “Las llaves”, “Ranas” y “El coleccionista más absurdo del mundo”; o a los adictos a las redes sociales de “Woody selfi Barcelona”, “Bucle” y “El niño que sonreía demasiado”; o a los adolescentes con sus pequeños y grandes dramas de “Quiero alistarme en la legión”, “Uno no es de piedra” y “Follamigos”; o incluso a los perros de “Se llama Dumbo”, “Bonjour, Rosebud” y “Te quiero mucho”, más humanos que sus dueños. Relatos con los que Lorenzo Chaparro demuestra que la mejor literatura humorística se destila no de lo insólito, sino de situaciones corrientes en las que cualquiera puede verse atrapado, haciéndonos ver también que lo absurdo en realidad no lo es tanto, como demuestran a diario las noticias.
Pese a la variedad temática y formal de los cuentos, casi todos siguen las deslumbrantes líneas maestras trazadas en “El relato”:
“El autor, en un admirable ejercicio de estilo, había plasmado en tan solo dos páginas una narración perfecta, utilizando la sencilla trama de un cuento dentro del cuento, en medio de una atmósfera perturbadora que transitaba con facilidad pasmosa en la frontera entre lo real y lo fantástico. Un relato circular con un final tan deslumbrante como inesperado (…)”
También en el plano argumental aparecen hilos conductores de los que el lector se hace cómplice. El de las redes sociales y las nuevas formas de comunicación —o incomunicación— y su repercusión en las relaciones de pareja, es central en un libro rabiosamente contemporáneo como este, pero también son habituales los animales de compañía, los hoteles, los apagones, los ancianos o las referencias metaliterarias.
Igual de coherente es la división del libro en dos partes de similar extensión y encabezadas por la misma definición de humor- Pero si en la primera la comicidad va casi siempre de la mano de una ternura que ayuda a quitar hierro a broncas, como las de “Gran Hotel” o “Sucedió en un hotel”, a la altura de la última escena de El honor de los Prizzi, en la segunda la sonrisa se congela a veces en los labios del lector por la aparición de temas como la violencia machista; los abusos sexuales en el seno de la iglesia; la soledad más descarnada; el bullying en la escuela militar; o, sobre todo, el suicidio. Son las dos caras de la moneda, los sinónimos y antónimos del humor, que aparecen, como aviso o como tarjeta de presentación, en los respectivos encabezamientos.
Tanto el lenguaje, que es siempre preciso y sin rebuscamientos, como la forma del discurso —diálogo, narración o mezcla de ambas— se ajustan al ritmo requerido por cada argumento y cada situación comunicativa (es muy evidente en “Una ruptura amistosa” y “Mundo, demonio y WhatsApp”, que imitan las conversaciones por WhatsApp, y en “Qué complicado resulta todo”, donde los mismos hechos originan puntos de vista opuestos que fluyen a borbotones, sin signos de puntuación). En cualquier caso, manda en el discurso un tono coloquial realmente logrado.
Es difícil destacar algunos cuentos porque la lista sería larguísima y, obviamente, variaría según los gustos de cada lector, pero es casi seguro que habría acuerdo para incluir en ella joyas como “La promesa”, “Todo está escrito”, “Un adiós por WhatsApp”, “Un tipo duro”, “Ranas”, “No es bueno que el hombre hable solo”, “Follamigos”, “Uno no es de piedra”, “Yo solo quería una empanada”, “Bucle”, “Conflicto”, “Una ruptura amistosa”, “Woody Selfi Barcelona”, “La vida carece de sentido”, “Las llaves”, “Atención al cliente”, “La buena acción del día”, “Declaración”, “Próxima parada”, “La pareja” o la que da título al volumen, pequeñas obras maestras que no dejarán a nadie indiferente.
Apasionante, sorprendente, emocionante, divertido, tierno, y a veces triste… Todo esto y mucho más es La calle de la Berenjena y otras historias sin gluten, libro que reúne 71 relatos inolvidables, pequeños trozos de vida en los que la frontera entre la realidad y la ficción se difumina hasta hacerse indistinguible. No es extraño que Lorenzo Chaparro incluya citas de Julio Cortázar, uno de los grandes autores de relatos fantásticos de todos los tiempos; de Enrique Jardiel Poncela, famoso por su ironía inclasificable, y del divino Melville, con un fragmento de Moby Dick. Como ellos, y como el divino Dickens, y los más cercanos: Millás y Monzó, sabe mirar el mundo y contarlo desde una perspectiva original y nueva.